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La perfección del instante

Dividido hasta el infinito, ante la inminente efectividad del pacto con el demonio, Fausto vacila y reta a Mefistófeles, quien deberá conseguir lo que el sabio considera un imposible: la perfección del instante, la absoluta satisfacción del cuerpo y del espíritu, algo que acaso únicamente un poder divino podría conferir a un mortal. Fausto sabe con largueza que la finalidad de la existencia es siempre desconocida y que no pertenece al espejo onírico de los deseos concedidos, sino al de una búsqueda insatisfecha y por siempre diferida, lo que explica la celeridad de su resolución al aceptar el pacto, porque no confía en que Mefistófeles pueda lograr cumplir su promesa y porque, al mismo tiempo, desea estar equivocado.

En esta lámina exenta la naturaleza metafísica del momento se expresa en la imagen del ángel que posee, a la vez, alas demoniacas y celestes.

Si llega el instante en que diga:
¡Quédate aún! ¡Eres tan hermoso!
Entonces podrás ponerme cadenas,
¡Desearé sucumbir!
Entonces podrán doblar por mí las campanas,
Entonces quedarás libre de tus servicios,
El reloj podrá detenerse, las manecillas caer,
¡Para mí habrá finalizado el tiempo!
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