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El Brocken

Tras el caos alucinante de la noche de Walpurgis, Mefistófeles conduce a Fausto por el Brocken, en las alturas de Harz, como Virgilio a Dante por las entrañas del infierno. Abrumado por el misterio de la mística región, Fausto se siente sobrecogido ante la lejanía aparente de un Dios que pareciera haberle abandonado cual a un huérfano en las manos del demonio. Es una escena que recrea el paradigma del romanticismo que insiste en la figura del hombre que avanza contra las inmensidades indomables de la naturaleza y se adentra en lo incognoscible bajo el peso de mil tinieblas, tan solo con la esperanza de arrancarle a través de agotadoras vigilias o del demonio mismo,

tal como se manifiesta en la circunstancia de Fausto, alguna clave que le permita justificar y compensar tamaños sufrimientos.

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