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La espléndida noche de Walpurgis

Mefistófeles, dueño y señor de las almas y de las carnes de los condenados, conduce gradualmente a Fausto —quien, de perder la apuesta, será su próxima presa—, y se encamina hacia la consagración de su triunfo como Maestro en las artes infernales. No hay escapatoria para Fausto, ni la quiere; anhela proseguir el viaje de descenso, la inminente caída de su alma como supremo costo de la satisfacción de su deseo. El tránsito es aun difícil; múltiples espectros se interponen, aunque parezcan ayudar: es un auxilio contradictorio y de cariz trágico que Fausto no percibe como advertencia ni como fuente de un mal que le devastará.

El sendero rojo que atraviesa la imagen expresa el signo del sacrificio que ha hecho Fausto en aras de una juventud culpable que ya comienza a ocasionar desgracias en todas direcciones desde su propio ser, epicentro de anatema y de execración con los brillos del ardor alucinante de la noche de brujas, el desaforado aquelarre que se avecina y en el que se adentra conducido por su guía infernal.

Así que ya me hormiguea por todo el cuerpo
La espléndida noche de Walpurgis,
Que será pasado mañana;
Allí uno al menos sabe por qué vela.
p. 156

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