J. L. Fariñas

José Luis Fariñas, nos dedica estas palabras para comentar su aportación artística en esta obra.

Como Odiseo o Don Quijote, paradigmas de la memoria colectiva de sus culturas de origen, Fausto lo es para el mundo germánico. La sola mención del Fausto o del propio nombre de Goethe se había convertido rápidamente, y mucho más allá del estrecho Círculo de Weimar, en una referencia a la soñada Alemania unida, nueva y regenerada, y no deja de ser prodigioso que el nombre elegido por el autor para el discípulo del doctor Fausto sea precisamente Wagner, elección hecha muchos años antes del nacimiento de este otro reconstructor de los ideales germanos, si bien el germanismo goethiano es el más transparente de todos, antes de Hesse o Mann, neoclásico a la vez que romántico, revolucionario y, paradójicamente, anti napoleónico. Cuando Goethe pedía a Mendelsohn que tocase para él un manuscrito ilegible que Beethoven dejo en posesión suya, tal vez anhelaba encontrar los vestigios hacia la posible música que Mozart —el ideal sonoro de Goethe— nunca llegó a realizar para el Fausto, pero que luego el genio de Bonn tampoco logró concretar a pesar de que este proyecto fuera uno de sus más profundos sueños.

No es casual, como apunta Emil Ludwig, que Goethe titulara Fausto según Rembrandt, una de las primeras versiones incompletas de su primer Fausto, realizada en Roma. La visión de Rembrandt sobre el tema en su inolvidable grabado es tan crucial y novedosa que dejó su impronta espiritual en la obra de Goethe como pocas veces sucede en la historia del arte cuando lo más común que sucede es a la inversa. El San Gerónimo en su estudio, de Dürer, que es, de algún modo, un antecesor directo de la visión rembrandtiana, siempre lo tuve como paradigma de esa alquímica circunstancia donde lo trágico de la existencia se reorganiza o se agrava desde el despertar que las revelaciones hacia lo innominado imponen al sabio en su soledad doblemente apocalíptica. Destinado a elegir entre la salvación o la condenación cuando en realidad la elección —tarea del Creador o de las aleatorias e impersonales combinaciones cósmicas—, el sabio nunca queda realmente atrapado en el cuestionable tejido de sus mejores deseos. Tampoco es casual que el Fausto histórico, Johann Faust (1400-1466), fuera impresor en Maguncia y colaborador de Gutenberg en la divina y mefistofélica invención de la Imprenta. Desde el primitivo texto Doctor Faustus (“Faustbuch”) de Spiess, pasando por los de Marlowe, Wiedmann o por el ya más próximo a Goethe de Lessing, se puede sentir un lecho propiciatorio para la resurrección del legendario doctor, ahora a través de esa esfera de sublimaciones que fue Johann Wolfgang Goethe, quien diera a lo alemán y su weltanschauung una especie de cuarta dimensión o de reino nuevo donde poder redefinirse, a partir de entonces, abrillantando lo mejor del arte, las hermenéuticas, la acción y el pensamiento.

Desde Peter von Cornelius, ilustrador neogótico natural de Düsseldorf, hasta Johann Heinrich Ramberg, Paul Mila, Schlick, Adolf Hohneck, Carl Gustav Carus o Barlach, entre otros, la recreación plástica del Fausto de Goethe siempre ha sido un propósito esencialmente inabarcable pues la obra en si lo es todavía más. Y así lo presentía ya su autor, quien desde su juventud en Frankfurt hasta sus dias de resurrección y consagración en Weimar, siempre halló respuestas cada vez más complejas penetrando en la naturaleza desde los misterios de la luz, con su Teoría de los Colores o con sus múltiples hallazgos geológicos, botánicos, biológicos y meteorológicos, su amor incesante por la esencia de las metamorfosis, y sus incursiones en el dibujo, la exploración y la arqueología, todo para intentar, como Fausto mismo, descifrar las profundidades del ser y traer a la luz las estructuras matrices de todo lo visible y lo invisible, lo primero con las ciencias y lo segundo con el Arte, es decir, la Poesía: Den lieb’ich der Unmögliches begehrt [Amo al que desea lo imposible]. También mi visión, desde la humildad y el recogimiento de la acuarela y la línea devota deudora del magisterio de Dürer, Brueghel, Rembrandt, Mantegna o Goya —concebida para esta nueva edición de Liber Ediciones para bibliófilos—, solo intento retener lo inacabable de esa voluntad de revelación difícil, sino imposible, que la lucha goethiana contiene en sí misma.